Dr. Miguel Aizpún, dermatólogo

Llega un nuevo verano y sin embargo en lo respecto a la piel nada es lo mismo. A la necesaria protección frente al sol deben añadirse ahora las precauciones para evitar el contagio con el COVID-19.

El sol puede ser una fuente de bienestar o de problemas. Puede embellecer nuestra piel con un atractivo bronceado o lesionarla con quemaduras y envejecerla prematuramente con arrugas. Incluso, dañar gravemente a todo el organismo con afecciones graves, como el cáncer de piel.

Si queremos tener al sol como amigo, debemos tratarle con respeto. Entonces, el sol nos beneficiará con el generoso regalo de estímulos que reforzarán nuestro bienestar, tanto en el ámbito fisiológico como en el psicológico y estético. Sólo nos perjudicará cuando nuestra exposición se realice en condiciones inadecuadas.

La piel “guarda memoria de las agresiones solares a la que le sometemos a lo largo de los años” y se van a ir favoreciendo los efectos negativos del sol sobre nuestra piel. Pero lo más importante son las “agresiones sufridas en la infancia” que van a jugar un papel fundamental en la predisposición al cáncer de piel en la edad adulta.  Se recoge en la edad adulta lo que se siembra en la infancia. Porque cada ser humano tenemos un capital solar que tenemos la ineludible obligación de saber administrar correctamente. El capital solar es una herencia genética que se recibe el día que se nace, se es más o menos rico, según los genes transmitidos y como decía, debemos saber gastarlo poco a poco a lo largo de la vida.  Cada vez que nos exponemos al sol gastamos un poco de ese capital solar, por lo que es importante no exponernos al sol de una forma incontrolada, si no poco a poco.  Como ejemplo, las personas de piel clara tienen menos capital solar, que las de piel mediterránea.  

En primer lugar, es necesario que evitemos tomar el sol en las horas en las que  calienta con mayor intensidad, generalmente entre las once de la mañana y las tres de la tarde. 

Usar una camiseta, llevar la cabeza cubierta y usar gafas de sol, son elementos de protección solar fundamentales y que no deben ser olvidados.

Resulta imprescindible el uso de un fotoprotector adecuado a las características de nuestra piel.  El fotoprotector debe ser aplicado 30 minutos antes de la exposición solar, con la piel limpia, seca y sin restos de cosméticos, colonias o perfumes.

Algunas personas aprovechan la estancia en playas y piscinas para practicar sus deportes favoritos. En este caso, resulta necesario renovar la aplicación del fotoprotector con mayor frecuencia, ya que el ejercicio y el sudor contribuyen a disminuir su efectividad. 

La crema fotoprotectora debe ser aplicada en cantidad suficiente, dedicando una particular atención a las zonas más sensibles, como son la cara, la nariz, los párpados o el cuello. No debemos olvidarnos de los labios, para los que existen fotoprotectores específicos.  

Personas de piel clara, ancianos, mujeres embarazadas y niños deben extremar particularmente las precauciones anteriormente descritas.

Es importante recordar que el 80% de las radiaciones solares, las recibimos antes de los 18 años.

Bastantes personas piensan, erróneamente, que únicamente hay que protegerse del sol en los días en que luce en toda su intensidad. Sin embargo, la realidad es que el sol resulta tan peligroso para la piel en estos días como en los nublados, ya que las nubes permiten filtrar los rayos solares. 

El bronceado debe ser progresivo, comenzando por exposiciones cortas que irán aumentando paulatinamente. 

El verano constituye también una buena oportunidad para reponerse de los impactos negativos derivados de los recientes confinamientos. En algunos casos, se han producido situaciones de stress, ansiedad, incluso de angustia, que también tienen su reflejo en la piel.