Francisco Julián Villaverde. Coordinador de la Unidad de Ictus Hospital San Pedro

Montserrat Caballé, Kirk Douglas, Joaquín Sabina o Kiko Rivera. Todos ellos tienen algo en común: ninguno creía que podría llegar a sufrir un ictus. Se estima que actualmente una de cada seis personas tendrá una enfermedad cerebrovascular a lo largo de su vida. El ictus es el daño irreversible que ocurre en el cerebro mientras se obstruye (ictus isquémico) o se rompe (ictus hemorrágico) una arteria cerebral. Pero, ¿qué supone eso realmente para nosotros? Cada hora de un ictus implica una muerte neuronal tan masiva que nuestro cerebro envejece 3,6 años de golpe y que los ictus más graves equivaldrían a 36 años de vida perdidos ¿Se imaginan lo que sería acostarse un día y al día siguiente tener casi 40 años más? Este es el escenario al que se enfrentan cada día los pacientes y las familias que sufren esta terrible enfermedad. Por suerte, en neurología se dispone de cada vez más y mejores técnicas tanto de diagnóstico como de tratamientos para los ictus, pero que únicamente son eficaces si se llega a tiempo para salvar cerebro. Por eso es tan vital un reconocimiento precoz de sus síntomas por parte de la población general, para que la medicina intente detener ese reloj que está haciendo envejecer al paciente a pasos agigantados y porque, en lo que se refiere al ictus, tiempo es cerebro.

Por suerte, existe una manera muy eficaz y sobradamente demostrada para prevenir el ictus. Solamente hay que modificar dos hábitos, únicamente dos, de nuestra vida. Pero dos muy importantes. El primero es nuestra alimentación. Nuestra vida diaria (trabajo, ocio, familia…) está estructurada en torno a las comidas. Somos lo que comemos, pero también no somos aquello que no comemos.  Lo que es saludable, de sobra lo conocemos todos. Quizás es mejor incidir en lo que es insalubre, porque igual lo estamos consumiendo más veces de lo que somos conscientes: Alimentos ultraprocesados, precocinados y comida rápida, refrescos, bollería industrial, embutidos, frituras y por supuesto el consumo de alcohol en exceso. Debemos procurar que el consumo (inevitable muchas veces) de este tipo de alimentos sea únicamente la excepción y no la norma, en nuestra vida diaria.

El segundo habito que protege a nuestro cuerpo y a nuestro cerebro del paso del tiempo, es el ejercicio físico. Un cerebro que hace ejercicio físico de forma regular está mucho mejor preparado para situaciones en las que la demanda de oxígeno cerebral sea mayor o el flujo sanguíneo cerebral sea menos. O lo que es lo mismo, además de disminuir radicalmente las posibilidades de sufrir un ictus hace que, si se sufre, este sea mucho más leve y con una recuperación mucho mejor y más rápida.

Es por eso que, si queremos estar protegidos del ictus, es tan sencillo (y tan difícil a la vez) como empezar por mejorar nuestra alimentación y realizar ejercicio físico de forma regular. Es el mejor regalo que podemos hacer a nuestro yo del futuro.